lunes, 13 de octubre de 2008

Machupichu, 15 de septiembre.

El sol estaba en lo alto pero no lo sentías rudo y quemante, aunque horas después tu cara colorada dijera lo contrario. Abrí los ojos como queriendo devorarlo todo, guardar un recuerdo imborrable en mi mente, pero no hacía falta, el solo estar allí era como si con un pincel metálico lo grabara en los laberintos de la mente.
Sentí una extraña sensación, pero nada incómoda, sentía como si las altas montañas que rodean el complejo arquitectónico me miraran en silencio, como alguna vez miraron a los habitantes de esta maravillosa ciudad enclavada en los Andes, un excepcional balcón levantado piedra a piedra sobre los perfiles del agreste terreno.
Vale la pena estar aquí, imaginar la vida cotidiana de sus antiguos habitantes, tocar las piedras y escuchar los ecos añejos del pasado, mirar y dejarse mirar por las montañas, por su vegetación, en esta terraza que mira al cielo bien sujeta a la tierra y donde parece que el tiempo se detuvo a tomarse un respiro pero se quedo contento y no tiene prisa de echar a andar de nuevo.
Vuelvo a Cuzco con la mirada llenita y la cara roja como un camarón.























1 comentario:

Clari dijo...

siempre quise ir a machupichu pero siento que tengo que estar en mejor estado para hacer esas largas caminatas. veo los paisajes y me parecen algo unico.
el verano pasado decidí viajar a Galapagos, fue una experiencia inolvidable. espero que me pase lo mismo cuando visite Perú