lunes, 25 de agosto de 2008

Contando cuentos para el fantasma de Rosina. El Durazno: 22 de agosto.

Carlos esperó casi a que estuviéramos en Durazno para contarme la historia: la sala del Pequeño teatro de Durazno tiene una presencia, un fantasma que continuamente se hace sentir, cerrando puertas, abriéndolas, pasando rápidamente por tu lado sin tiempo nada más que para ver una sombra fugaz y huidiza, o incluso interfiriendo en las actuaciones, tal vez porque no le gustaban las obras o quién sabe porqué. Rosina fue una de las actrices más reconocidas de la localidad de Durazno (Uruguay), fundadora de la sala del Pequeño Teatro (una sala preciosa y con mucho ángel) y una vez muerta su presencia jamás ha dejado de sentirse, tanto por sus mismos amigos de compañía, como por el público, o personas que visitan la sala.
La tradición manda que antes de subirse a las tablas del escenario hay que pedirle permiso al espíritu de Rosina y ella dispondrá.No puedo negar que la historia me asustó un poco y más viendo la seriedad con la que me la contaba la gente del lugar. Un dato a tener en cuenta, era la primera vez en Durazno que se trabajaba la narración oral en persona de un Cuentacuentos (profesionalmente) y la primera vez, lógicamente, que se contaba cuentos en la sala del pequeño teatro. Y vaya uno a saber si los cuentos le gustarían a Rosina, tan acostumbrada a otro tipo de espectáculos.
A las ocho en punto teníamos en las butacas de la sala aproximadamente 30 personas (no eran muchas, es verdad, pero ninguna nunca había escuchado a un narrador oral, toda una novedad para ellos).A las 20:15 me subí a las tablas, previamente y con un total respeto, pedí permiso a Rosina para subir al escenario. La función comenzó; un cuento, dos cuentos, tres cuentos… yo me preguntaba si alguna de esas 30 personas sería Rosina, si lo era nos divertíamos juntos…llegó el ultimo cuento, no sentí ningún ruido ni nada extraño, parecía que había pasado la prueba, una función preciosa, el público animado me pidió otro cuento y yo se lo compartí con el mayor de los gustos. Me aplaudían pero el aplauso no debía ser sólo para mí, agradecí a Rosina permitirme subir a su espacio y esperaba que le hubiera gustado mi trabajo, pedí un aplauso para ella, porque sin su esfuerzo jamás hubiéramos podido estar allí, en esa cálida esquina de la bella ciudad de Durazno, contando y escuchando cuentos.

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